La actitud es tan importante como la aptitud. Qué desprecio hacemos al viandante que no saludamos por despiste o timidez, sólo él lo puede saber; unas veces nada y otras mucho.
Cuanto cuesta decir: ¡Hola! ¡Adiós! ¡Hasta luego! Cruzar palabra, en fín. Pues hacemos daño, despreciamos. Dices, sin decir palabra: "No quiero saber de ti".
De todas formas, no desprecia quien quiere, sino quien puede. La criatura amada es la única que tiene poder para usar el mayor de los desprecios: "NO HACER APRECIO".
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