Es la forma de pensar de la mayoría de la población la que puede cambiar definitivamente la sociedad. Sería conveniente que las personas más sabias e inteligentes fueran las que más influencia deberían proyectar en esa población y para ello los mayoritarios medios de comunicación deberían poner su granazo de arena, aunque todos vemos que actúan el revés.
Las TV emiten programas deseducadores y los sabios siguen sin cabida, ocupando su espacio mequetrefes y personajillos sin sustancia y gilipollas las más de las veces, pero que son más productivos, mejoran (según dicen) la competitividad de las cadenas. En función de esa competitividad empresarial, tan necesaria para mantener el PIB elevado, se modifican las costumbres familiares y consecuentemente los papás no educan primorosamente a sus hijos, no hay tiempo, por idéntica razón no atienden el entorno familiar y conlleva todo ello a inadaptados y violentos jóvenes, amén de padres descontentos y estresados, todo para que las empresas tengan un beneficio superior un 20 o 30 % más que el ejercicio anterior; eso sí, pagando los mismos salarios al siguiente o trasladando la empresa para rebajar costes.
Los costes sociales que producen estas tropelías empresariales conducen a que la sociedad evolucione a posiciones más violentas e ineducadas y termina sometida al poder económico de forma sumisa, donde al no incentivar la sabiduría, prima el tener sobre el ser (Es más considerado un imbécil rico, que un sabio pobre)
Cuando el nivel de estulted llega a que gran parte de la población crea que es buena la competitividad en todos los ámbitos de la vida, ya estamos jodidos. Creer que TODOS pueden ser el número UNO es una idea absolutamente gilipollas por imposible.
El sistema capitalista que sometía al trabajador para su explotación, de forma violenta en el siglo XIX, lo sigue haciendo en el XXI con otros nombres y disculpas, aunque pagando algo más precio en una parte del mundo.
Las TV emiten programas deseducadores y los sabios siguen sin cabida, ocupando su espacio mequetrefes y personajillos sin sustancia y gilipollas las más de las veces, pero que son más productivos, mejoran (según dicen) la competitividad de las cadenas. En función de esa competitividad empresarial, tan necesaria para mantener el PIB elevado, se modifican las costumbres familiares y consecuentemente los papás no educan primorosamente a sus hijos, no hay tiempo, por idéntica razón no atienden el entorno familiar y conlleva todo ello a inadaptados y violentos jóvenes, amén de padres descontentos y estresados, todo para que las empresas tengan un beneficio superior un 20 o 30 % más que el ejercicio anterior; eso sí, pagando los mismos salarios al siguiente o trasladando la empresa para rebajar costes.
Los costes sociales que producen estas tropelías empresariales conducen a que la sociedad evolucione a posiciones más violentas e ineducadas y termina sometida al poder económico de forma sumisa, donde al no incentivar la sabiduría, prima el tener sobre el ser (Es más considerado un imbécil rico, que un sabio pobre)
Cuando el nivel de estulted llega a que gran parte de la población crea que es buena la competitividad en todos los ámbitos de la vida, ya estamos jodidos. Creer que TODOS pueden ser el número UNO es una idea absolutamente gilipollas por imposible.
El sistema capitalista que sometía al trabajador para su explotación, de forma violenta en el siglo XIX, lo sigue haciendo en el XXI con otros nombres y disculpas, aunque pagando algo más precio en una parte del mundo.
Evolucionó el capitalismo en el sentido de que antes nos atemorizaban con los comunistas (diablos con rabo y cuernos), el telón de acero y ahora lo hacen con el Islam y su parte más radical, además de los factores directamente distorsionados de la globalización y la “deslocalización” empresarial. Herramientas tan simple y torticeramente aplicadas con la disculpa del liberalismo o neoliberalismo que precisan el apoyo de tremendos medios de comunicación para que la gente pueda tragarse la milonga de la competitividad y los baremos macroeconómicos que no dicen nada sino una disculpa para seguir forrándose los de siempre y el pueblo a pelearse entre ellos y dejar en paz al gran hermano con sus lacayos o mastines, los obreros de derechas.
Tomás en MMVII
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