Cuando el sistema económico no está pensado para las personas, es decir, cuando la economía no es tal, es crematística pura y el objetivo es solo pecuniario, pues surgen las perversiones del sistema económico, al abandonar la definición de economía: Administración eficaz y razonable de los bienes y servicios.
Perversiones como considerar el dinero símbolo de riqueza, en lugar de lo que es: un medio de intercambio de bienes y servicios, muy eficaz en cualquier sistema económico.
Por tales perversiones, también se considera negocio el sistema financiero, cuando debería ser otra eficaz herramienta al servicio de la economía, no un negocio en si mismo.
Y como consecuencia social gravísima: La desigualdad. Esta también está avalada por la instalada competitividad en nuestra sociedad.
Cuando 100 empresas compiten en lugar de colaborar, que es lo que socialmente deberían hacer, resulta que una gana y 99 pierden o en el peor de los casos, se consolida un oligopolio de las triunfadoras. Esta estrategia social y empresarial es un desatino social de primer orden. La malsana competencia y el individualismo que nos enseñan, desde hace 10 lustros más o menos, son socialmente nefastos para el desarrollo de la sociedad avanzada a la que aspiramos.
Aunque también colaboran en la creación de la desigualdad, esos oligopolios nacionales, instalados en las comunicaciones, el sector energía, la banca y la distribución alimentaria entre otros, que además, usan puertas giratorias con los políticos, que casualmente son quienes legislan y aunque incurran en tropelías y corruptelas diversas, se cubren con los masivos aforamientos de que disfrutan en este "demócrata país" lleno de votantes demócratas que votan esos corruptos políticos antes aludidos.
En fin tenemos un déficit económico y político social de primer orden y nos creemos democracia plena. ¡Qué pena de democracia!